EL TÚNEL. RELATO DE MISTERIO

La mañana era fría y oscura como correspondía a un día de principios de invierno. Los pasajeros, en su mayoría conocidos por ser habituales de ese trayecto, subieron al tren, que rápidamente cerró sus puertas automáticas tras las señales sonoras de alerta, e inició su marcha lenta pero progresiva.

A los pocos segundos se introdujo en el túnel que les conduciría a la siguiente estación tras cuatro minutos de recorrido subterráneo. Un par de voces conseguían imponerse a duras penas sobre el silencio general. Algunos pasajeros leían la prensa y otros, con sus miradas perdidas, permanecían sumergidos en sus propios pensamientos. Todo parecía acontecer por los cauces de la normalidad, hasta que un hombre de unos sesenta años con el pelo blanco y envuelto en un grueso abrigo gris dio el primer aviso a su compañero de asiento:

─¿No le parece que estamos tardando demasiado en salir del túnel?

Un joven que escuchó el comentario desde unos asientos más atrás, mostrando cierto grado de nerviosismo, intervino:

−¡Pues no vamos más despacio que otras veces!

Media docena de adolescentes situados al otro extremo del vagón bromeaban tratando de disimular su preocupación.

─¡Si no salimos del túnel, nos libramos de ir al instituto!

En ese momento, una joven que se encontraba de pie agarrada a una barra del pasillo comenzó a gritar de forma histérica:

─¿¡Qué está pasando, Dios mío!? ¿¡Qué está pasando!?

─¡Cielo santo! ─interrumpió otro viajero─. ¡Llevamos casi ocho minutos de trayecto! ¡Esto no puede estar ocurriendo!

Algunos pasajeros comenzaron a dirigirse a los vagones de cabeza para tratar de alcanzar la cabina del conductor y saber qué estaba sucediendo exactamente.

En todas las unidades del convoy la incertidumbre y el pánico ya se habían apoderado de la mayoría de las personas.

Cuando los primeros viajeros alcanzaron el habitáculo del maquinista, la sorpresa fue mayúscula. Tanto este como su ayudante no daban crédito a la situación a la que se estaban enfrentando.

El tren, que circulaba a la máxima velocidad posible, se encontraba situado desde hacía ya un buen rato justo en la mitad del túnel, pero no conseguía avanzar ni un ápice hacia la boca de salida.

Era como si su longitud se fuera alargando constantemente en la misma proporción en la que el vehículo avanzaba, o como si el tiempo se hubiera estirado tanto que cada segundo fuera eterno. En cualquiera de los casos, en los relojes de los pasajeros los minutos seguían transcurriendo aparentemente con absoluta normalidad.

─¿Puede detenerlo o invertir la marcha? ─preguntó un hombre que aún parecía mantener la calma.

─No puedo ─respondió el maquinista─. No funcionan ninguno de los botones de mando ni hay comunicación con la central.

─De todas formas, al ver que no salimos, alguien tendrá que venir a sacarnos ─apuntó una señora alta y rubia que acababa de entrar en la cabina abriéndose paso entre las decenas de pasajeros que a estas alturas bloqueaban ya la puerta.

─No esté tan segura de eso ─respondió el hombre que aún parecía mantener la calma─. Si se ha producido una perturbación del espacio-tiempo que afecta exclusivamente al interior de este túnel, ahí fuera no tendrán la sensación de que nos retrasamos. Para lo que nosotros pueden ser cien años, para ellos serán únicamente los cuatro minutos habituales.

─¿Y entonces, qué ocurrirá? ─quiso saber el maquinista.

─Cuando el tren salga, lo hará fuera de control, pues todos nosotros estaremos ya muertos, y el suceso quedará registrado para la ciencia como otro misterio sin resolver.

─Tal vez ─intervino el hombre del abrigo gris─, esta distorsión del espacio tiempo a la que se refiere se haya producido también fuera del túnel; en todas partes. Quizás, este fenómeno esté afectado a todo el planeta.

─Tal vez sí o tal vez no. Desde aquí no existe manera de saberlo. Todo son conjeturas. Lo único cierto es que no tenemos los conocimientos necesarios para explicar esta situación ni para saber si será algo transitorio o definitivo.

─Pues siendo así ─concluyó la señora alta y rubia─, lo único que podemos hacer es tranquilizarnos y rezar en espera de que se produzcan nuevos acontecimientos. Mientras tanto, no vendría mal que racionásemos los alimentos que tengamos. Solo Dios sabe cuánto durará esta situación.


Crítica de Orlando García Barros (escritor y crítico colombiano).

https://www.youtube.com/shorts/epuJLZBVCsA




¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar