EL REFUGIO. RELATO DE MISTERIO

─¡Santo Dios! ¡Qué nochecita! ─fue lo primero que acertó a decir Luis al penetrar en aquella remota cabaña que les iba a servir de refugio.

Alfonso, su amigo, ya podía al fin respirar tranquilo.

─¡Menuda diferencia! ¡Es como entrar en un palacio! Tengo los dedos de los pies congelados y estoy convencido de que no hubiera podido soportar ni una sola hora más de caminata en estas condiciones.

─¡Entren y cierren la puerta! ¡Que no se vaya el calor! ─les gritó un veterano y fornido montañero de poblada barba blanca que se encontraba en el interior─. ¿Pero de dónde diablos salen ustedes? Cámbiense inmediatamente de ropa y acérquense al fuego si no quieren coger una pulmonía. Les prepararé algo caliente.

Afuera, el viento, la nieve, los truenos y los relámpagos no cesaban de poner un punto de inquietud en aquella noche invernal en la montaña.

Agradecieron las atenciones con las que fueron recibidos por parte de Pablo, su anfitrión, y se retiraron pronto a descansar para así recuperar las fuerzas necesarias y poder continuar al día siguiente su travesía.

El refugio quedó sumido en un profundo silencio solo roto por el soplido del viento y el chasquear del fuego en la chimenea. Los truenos y los relámpagos parecían haberse interrumpido, al menos momentáneamente.

A la mañana siguiente, sin embargo, la partida tuvo que ser pospuesta, ya que continuaba nevando copiosamente y el viento no había remitido.

Al atardecer, los tres hombres charlaban en torno a la chimenea.

─Os aseguro que es la última vez que vengo a la montaña en esta época. Tenía que haber hecho caso a mi mujer ─confesó Alfonso.

─No seas quejica ─le replicó Luis─. Así tendrás una aventura más para contar a tus nietos.

─¡Por una tormenta de nada! ¡A mí esto es lo que me va! ─medió Pablo─. Me sube la adrenalina y me recarga las pilas. ¡Esto es vida! ─gritó cerrando los puños con fuerza.

─¿Usted cree que durará mucho el temporal? ─preguntó Alfonso.

─¿Por qué lo dice? ¿Tiene prisa? ─respondió Pablo con otra pregunta.

─¡Desde luego que sí! El lunes no puedo faltar al trabajo.

─Pues vaya olvidándose de eso. Me temo que esto va a durar bastante más.

─¡Y usted qué coño sabrá! Yo le aseguro que no pienso pasar aquí ni un solo día más. Tengo muchas obligaciones de las que no me puedo despreocupar.

─Mire y escúcheme con atención. Deje de lloriquear y hágase de una vez por todas a la idea. Ustedes no van a volver a salir nunca más de aquí.

─¿Pero qué estupidez está diciendo? Yo regresaré a mi casa en cuanto me lo proponga, y le advierto que no se le ocurra impedírmelo.

─¡Ah, sí! ¿Y se puede saber qué me va a hacer la fierecilla? Será mejor que se enteren de una jodida vez. Jamás podrán abandonar este lugar, y no porque yo lo vaya a impedir, no; sino porque ustedes, al igual que yo, no son dueños de sí mismos. Somos la creación literaria de un imbécil que disfruta con tener a sus personajes encerrados en lugares como este. Yo llevo aquí más de nueve años, pero ya me he hecho a la idea. Y les convendría también asumir esta realidad cuanto antes.

─¿Pero qué está diciendo este loco? ─exclamó Alfonso─. ¿Qué somos la creación literaria de quién…? ¿Qué tal si le doy una hostia, a ver si le parece de ficción?

─Aún tendrá que comer muchas alubias para eso, montañerito de bajura.

─Mira, Luis, yo me largo ahora mismo de aquí. No soporto a este lunático ni cinco minutos más.

─¡Cálmate, Alfonso! Ahora no es prudente partir. Nos quedaremos esta noche y seguro que mañana la tempestad habrá remitido definitivamente.

─¡Déjele que se vaya! ─Intervino riendo Pablo─. Ya verá que no tarda en regresar.

─¡Cállese de una vez, maldito demente! ─replicó Luis─. Y tú, Alfonso, piensa con la cabeza. Nos echaremos a descansar y mañana decidiremos qué opción es la mejor.

Los dos amigos cenaron ligeramente, pues tanta tensión les había quitado el apetito; no así a Pablo, que en el otro extremo del refugio comía insaciablemente con toda tranquilidad, al tiempo que canturreaba entre dientes un popular corrido mexicano:

Con mi 30-30 me voy a marchar

a engrosar las filas de la rebelión.

Si mi sangre piden, mi sangre les doy,

por los explotados de nuestra nación.

A continuación se recostaron sobre dos viejas literas con la intención de reposar, mientras, la calma se fue adueñando poco a poco del habitáculo.

Serían las cinco menos cuarto cuando Luis se despertó presa de una oscura intuición.

─¡Alfonso, Alfonso!

Se incorporó al tiempo que alumbraba el lecho de su amigo con una linterna. Pero ni Alfonso ni su mochila estaban allí.

─¡Pero qué insensatez ha cometido este hombre! ─gritó, mientras se vestía con la intención de salir a su encuentro.

─¿Qué diablos está haciendo? ─le interrogó Pablo desde su saco.

─¡Mi amigo ha desaparecido!

─No se preocupe. Ya verá como no tarda en regresar.

─¡Déjese ya de idioteces.! ¡Todo esto es culpa suya! Le juro que si no aparece…

Pero no tuvo tiempo de terminar la frase, cuando oyeron fuera los gritos de auxilio de Alfonso.

Luis salió al exterior, pero apenas acertaba a ver algo en medio de aquella gran tormenta de viento y nieve que parecía no tener fin. Minutos después consiguieron encontrarse por medio de la voz, y juntos alcanzaron a duras penas el interior del refugio.

─¿Qué le dije, amigo? ¡Yo regresaré a mi casa en cuanto me lo proponga! ─enfatizó Pablo con voz burlona, refiriéndose al recién llegado─. ¿Qué es lo que tiene que decir ahora? ─añadió, mientras emitía una sonora carcajada─. ¡Por todos los demonios! ─concluyó─. ¡Hacía años que no me divertía tanto!

─Algún gracioso se ha dedicado a cambiar las balizas y no hacía más que andar en círculos. ¡Seguro que usted tiene algo que ver, maldito viejo!

─¡Ya tendrá tiempo de ir entendiendo! ¡Ya tendrá tiempo de ir entendiendo! ─repitió el otro, mientras no dejaba de reírse de forma aparatosa─. ¡Que ya les tengo muy calaos! Ustedes son de los que subirían al Everest en romería, muy agarraditos a la cuerdecita, ¡ja, ja, ja!

─¡Tranquilízate! ─ordenó Luis a su compañero─. Tomemos un café caliente y no caigamos en sus provocaciones. Te prometo que muy pronto estaremos lejos de aquí.

─Te aseguro que este viejo me saca de quicio ─le respondió Alfonso.

─¡Yo me quiero ir a mi casa! ¡Tendría que haberle hecho caso a mi mujer! ¡Pío!, ¡pío!, ¡pío! ─continuaba burlándose el veterano montañero, que no cesaba de reír de una manera grotesca y compulsiva.

Cerca del mediodía las condiciones meteorológicas parecían haber mejorado significativamente. No nevaba y el viento había remitido por completo; pero la gran cantidad de nieve acumulada dificultaba sobremanera cualquier posibilidad de emprender la marcha.

Estaban debatiendo la forma de organizar el regreso, cuando escucharon un zumbido en el exterior del refugio, que en pocos segundos se hizo ensordecedor. Salieron a comprobar de qué se trataba, y vieron un helicóptero tomando tierra muy cerca de donde ellos se encontraban.

─Ya lo ves ─aseveró Luis─. Al fin salvados.

Tres hombres entraron en la cabaña, y mientras dos de ellos se dirigieron hacia Pablo, al que inmovilizaron poniéndole una camisa de fuerza, el tercero se acercó a los otros dos montañeros.

─¿No habrán tenido problemas? Se trata de un enfermo mental de un sanatorio cercano. Se escapa a menudo, y siempre viene aquí contando a quién se encuentra la historia de que todos somos personajes…

─de una creación literaria ─concluyó aliviado Alfonso.

─Ya comprendo ─sonrió el enfermero─. Pero no hay de que preocuparse en absoluto. Es totalmente inofensivo.

Una vez acomodados en el interior del aparato, Pablo se dirigió a los dos amigos con una seguridad que ciertamente asustaba:

─Despreocúpense. Antes de lo que imaginan regresaremos. Siempre es lo mismo. Solo será cuestión de minutos. Quizá ni eso ─y comenzó a canturrear otro de esos corridos mexicanos que tanto exasperaban a Alfonso, mientras este le lanzaba una mirada de rabia contenida.

Tras encender el helicóptero sus motores, un mensaje llegó a la radio de la nave:

"¡Atención! ¡Atención! Base a H 222. Suspendan de inmediato la operación en curso y trasládense con urgencia al collado de San Roque. Grave accidente de circulación. Numerosos heridos. Repito: Suspendan de inmediato la operación en curso y acudan sin demora al collado de San Roque".


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